domingo, 29 de noviembre de 2015

Alas


Esta es una historia que escribí hace tiempo para el grupo de Literautas. La coloco aquí porque le tengo cierto cariño. Un hombre que se enamora de una mujer para poder sentir el viento entre sus alas...




Alas.

Cuatro segundos.

Caigo. Y mientras caigo, veo el suelo avanzar hacia mí. Todo el circo me observa sin pestañear, sin proferir siquiera un ruido. Esperan el impacto para reaccionar.
                 
     Yo, por mi parte, prefiero no pensar en ello. En los pocos segundos que restan para el final, cierro los ojos y me enfoco en mis recuerdos. Así, acuden a mi mente aquellos días en los que observaba a los pájaros volar a través de la ventana, a veces durante horas, sin pensar en otra cosa.

     Recuerdo también las palizas que mi padre me daba para que continuara con su oficio de zapatero. Pero no sirvieron de nada. Mi anhelo siempre fue volar como las aves. Por las noches, solía soñar que crecían alas en mi espalda y entonces era capaz de acompañar a los rayos de luna en el firmamento y danzar sobre las nubes de tormenta en medio de la oscuridad.
                
      Pero al despertar y comprobar que seguía pegado al suelo, atado a una vida detestable, no podía sino llorar. Aquellos eran solamente sueños.
                
      Tres segundos.
                
      Recuerdo también que un día decidí, por razones que evaden mi memoria, dar una vuelta por el rio. Fue allí donde la vi. Ella estaba recostada cerca de la ribera, comiendo un durazno y leyendo un libro cuyo título también olvidé.
                
      Al advertir mis pasos, alzó la vista. Mi corazón comenzó a latir con tal fiereza al encontrarme con sus ojos, que por un segundo temí que se me escapara por la boca. Pensé en echar a correr, pero antes de que mi cerebro pudiera coordinarse adecuadamente, ella se levantó y se acercó hacia mí.

No recuerdo de lo que hablamos ese día, pero de mi mente nunca se borrará la sensación de tenerla a mi lado, su mano entre la mía. Caminamos hasta que las estrellas asomaron en el cielo junto a la luna.
                
      Nos vimos en otras ocasiones y, en una de ellas, le platiqué mi sueño. Ella, contrario a lo que esperaba, no se burló, sino que me contó su propio secreto: sabía volar.
                
      Dos segundos.
                
      Me llevó, entonces, al circo y me mostró su arte. Fue en ese momento, al verla surcar la carpa como una alondra, que le entregué mi alma completa. Supe que no podía vivir más tiempo sin ella, así que me uní a su mundo abandonando a mi padre y sus sueños de crear una dinastía de zapateros.
                
      Mi alondra me ayudó a perderle el miedo al vacío y a disfrutar de la vida en el aire. Sus besos me otorgaron alas como las de las águilas para remontar los cielos. Y cuando estaba junto a ella, en esos momentos de éxtasis que otorgan cruzar las simas de la muerte, en realidad sentía que las plumas comenzaban a brotar de mi cuerpo, transfigurándome en un ave magnífica.

Jamás olvidaré aquellos días ni la forma en que nos tomábamos de la mano en pleno vuelo. Pero, como todo en el mundo, el final apareció el día menos pensado.
                
       Un segundo.

En un ensayo a ella le fallaron las alas. Se podría decir que también tuve algo de culpa, puesto que no la sujeté a tiempo. Mi alondra cayó y cerró sus ojos para no volver a abrirlos. En ese instante sentí que la mitad de mi cuerpo se rompía de tal forma como si alguien la hubiera martillado sin clemencia.
                 
     Continué actuando durante un tiempo, pero ya nada fue lo mismo. Volaba como lo hace un avión, con alas artificiales y un motor que perturba los cielos, pero sin sentir ya el viento entre mis plumas. Y también el día menos pensado, mientras recibía los aplausos del público, tomé una decisión…
                 
     Mañana muchos dirán que lo que está a punto de acontecer fue un accidente y, seguramente, me llorarán por unas horas.  Quizás alguien tenga la decencia de enterrar mi cascarón destrozado. Pero tengo la confianza que después me olvidarán. Y eso es lo que quiero pues este momento es solo de nosotros dos.

Abro los ojos y al ver el suelo frente a mí, no puedo sino dejar escapar una sonrisa.

Esta es mi decisión. Quiero irme con ella del mismo modo que viví a su lado: volando.
                
        Cero segundos.

 

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